El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapardel hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan unamás amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de suscualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por laIglesia con atención. Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano II, una renovada toma deconciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio delos hombres para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema yconvencerles de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de lahumanidad.